Donnie Darko: una esquizofrénica crisis temporal

20.10.2019

Las películas dedicadas al viaje en el tiempo suelen estar dotadas de un alto grado de complejidad, pues la recreación de un fenómeno fundamentalmente teórico (en el mejor de los casos) requiere que los responsables de la cinta adhieran a una serie de pautas lógicas que brinden coherencia al mundo ficticio que se nos presenta, aspecto que, además, exige que el espectador ponga de su parte para evitar perderse en el transcurso (y no, End Game no es un buen referente).

Donnie Darko no es la excepción, de hecho, una de las principales cualidades de la película es lo intrincado de su trasfondo que, para muchos, puede ser demasiado desafiante como para entenderla a la primera. Por esto, llega a ser necesario, en algunos casos, recurrir a diversas fuentes externas para terminar de cuajar una interpretación firme de la obra.

Pero no es solo la complejidad teórica de los viajes en el tiempo lo que hace que la cinta resulte difícil de tragar; la enfermedad del protagonista -Donnie- juega un papel fundamental, distorsionando la veracidad de los eventos ocurridos en el lapso de 28 días en los que se desarrolla la historia. Después de todo, ser influenciado por un conejo antropomórfico de aspecto siniestro parece más bien un síntoma de la esquizofrenia paranoide del joven, que una manifestación de la voluntad del universo para mantenerse estable mediante la destrucción de una realidad paralela (sí, es bastante raro... y eso que no he mencionado los superpoderes).

En términos generales, en Donnie Darko encontramos el mismo caos premeditado que en la reciente Joker: el director nos plantea la historia sobre un individuo notoriamente trastornado y, a través de sus ojos, somos expuestos a la incertidumbre de no saber qué es real. Es imposible que ante tal espectáculo no surjan dudas a la hora de armar el esquema y descifrar qué es lo que ocurre en pantalla.

La única fuente de relativa claridad (además de, por supuesto, las entrevistas al director) es el personaje de Roberta Sparrow y su libro (tristemente ficticio) "La filosofía de los viajes en el tiempo", pero esta no es más que una anciana senil y acabada, tachada de loca y aislada por la sociedad (aunque ya sabemos cómo funcionan  estas cosas), por lo que se mantiene la incógnita.

Ahora bien, ¿es realmente importante entender la película para disfrutarla? Francamente, no (toma el plot twist), el filme funciona a la perfección como un producto palomitero para disfrutar una tarde cualquiera con los amigos (o con tu gato). Su ritmo es cómodo y dudo que aburra al común de los consumidores, ya que maneja un buen surtido de escenas cómicas y de tensión que ayudan a hacer más llevadera la obra. Por otro lado, quien esté dispuesto a asumir el esfuerzo que exige la cinta, gozará de uno de los mejores exponentes del séptimo arte en las últimas dos décadas.


                                                                                    Entrada escrita por Enrique Pallerano

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